Estaba mirando el altar esperando que comenzara la Santa Misa, y no sé por qué, tal vez permitiéndome el lujo de divagar, fijé mi atención en las velas encendidas, una en cada esquina. La parte práctica de mi cerebro me dijo que para qué utilizamos velas, teniendo luces artificiales que son más practicas e iluminan más…y sin entrar en la exigencia del tema ritual, trasladé este pensamiento a la metafórica idea de que las velas consumiéndose lentamente devoradas por la llama que alimentaban, desgastándose en lágrimas de cera, se parecían a nuestras vidas. Nuestros cuerpos alimentan la llama del espíritu humano, mientras lentamente se van consumiendo, hasta que nuestra “cera” se agota y la llama muere.
Algunos dirán, “comamos y vivamos” y no pensemos en cosas que no podemos resolver.
Pero afortunadamente la mayoría tenemos hambre de eternidad, por eso pensamos más allá de eso: ¿qué será de nosotros cuando dejemos de “arder”, con las pasiones y los humores que nos mantienen vivos, en esta vida orgánica?. Por supuesto, en líneas generales todos tenemos una idea religiosa de que el alma sobrevive a la muerte, y que una nueva vida se abre con la esperanza de nuestra fe, y que algún día los que creen en Jesús y cumplen sus mandamientos serán resucitados para una nueva vida.
Sin embargo, la fe cree, pero no ve. Lo que “vemos” por medio de la fe está mas allá de nuestra comprensión. ¿Cómo será esa vida?…¿de qué viviremos?…¿dónde?…¿en el cielo o en el infierno?…¿o nos quedaremos esperando entre los límites de estos dos, el purgatorio, como cuarentena obligatoria para entrar en las regiones felices que creará Dios en la Resurrección universal?
Lo cierto es que el creyente, la persona que ha alimentado su fe en la doctrina católica tiene una enseñanza clara de cómo debe vivir para llegar a VIVIR eternamente más allá del dolor, más allá de la incertidumbre que nos causa la certeza de la muerte, que pone un límite a nuestras aspiraciones de felicidad y continuidad.
Lo mismo pensará, si es que puede pensar, la oruga que se arrastra pegajosamente por la rama, y siguiendo su instinto construye su nido donde se instalará para llegar a renacer como un ser alado de maravillosos colores.
Pero la mayoría de esta generación vive sin pensar en su vida futura. Vivimos buscando cómo ser felices, ahora, ya!, sin importar mucho las reglas de fe y moral que hemos tardado en asimilar miles de años.
Tal vez la pandemia, nos está volviendo conscientes de que la muerte camina a nuestro lado, y que nos puede arrebatar el tiempo que suponíamos que nos queda, que no somos omnipotentes, y que debemos arreglar cuentas y enderezar caminos en nuestra vida para re-descubrir al Dios omnipotente que gobierna el universo, y llegar a tener la Esperanza de que más allá de este valle de lágrimas existe la verdadera felicidad que Jesucristo Nuestro Señor prometió a los que lo siguieran…¿Acaso El no nos dejó dicho: “Yo soy el camino, la Verdad y la vida”?.

J.R. Millán

 


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