A ningún católico se le escapa (o le debe pasar inadvertido) que la presencia Real y el centro de nuestras celebraciones es la Eucaristía, que comúnmente llamamos Hostia. Si a la Iglesia terrenal le quitáramos la presencia real de Jesucristo en su cuerpo, sangre, alma y divinidad, en la Forma consagrada bajo las especies de Pan y vino, perdería totalmente su esencia, su sentido, al perder la columna principal que la sostiene, y que proviene del Sacerdocio de Nuestro Señor, del cual participan sus Ministros ordenados, que participan de su sacerdocio por la Unción del Orden sagrado.
El Señor intercede por nosotros ante el Padre y se ofrece desde el Altar para que obtengamos el perdón y crezcamos en santidad a su “imagen y semejanza” uniendonos a El, y a nuestros hermanos en la sagrada comunión para que podamos ser renovados una y otra vez hasta que alcancemos la santidad.
Este “fruto” celestial que nos da la Vida eterna provino del hecho de que Dios mismo, el Hijo amado del Padre quiso hacerse carne en el seno purísimo de la Virgen María, y ofreciéndose en la cruz se entrega a nosotros para nuestra salvación en cada celebración Eucarística (que llamamos Santa Misa).
Y recordemos que en las primeras páginas de la Biblia (Génesis cap.3) la primera mujer (que llamamos Eva) incitada y seducida por satanás, “comen del fruto prohibido” ella y su marido, y así desobedecen a Dios que les había advertido que si comían de ese “árbol” (pongo entre comillas porque estamos hablando de símbolos y metáforas) la consecuencia sería el ingreso del mal y la muerte en la creación. Relatado así sencillamente, el dogma del Pecado Original nos indica porque la humanidad no consigue la bondad y la paz. Históricamente es imposible de comprobar este hecho, sin embargo es fácil descubrir que hemos recibido una herencia, una inclinación al mal, que nos impide lograr la salvación.
Y la Escritura (especialmente San Pablo) nos explica que si por medio de una mujer ingreso el mal en el mundo comiendo “el fruto prohibido”, así también por medio de una Mujer, la llena de Gracia, la nueva Eva, nos llega el fruto de la salvación y la vida eterna al concebir en su seno al Hijo de Dios.
Yo se que estas palabras pueden causar molestias y enojos en algunas mujeres. Pero no nos olvidemos que la mayor sensibilidad hacia la Espiritualidad, y el centro de la familia es la mujer. Por eso es que el mal atacó desde un principio lo que podía destruir la base de la sociedad: la Familia.
La razón de que el protagonismo de la Virgen María incomode tanto a los hermanos protestantes tal vez sea porque el diablo incita a destruir la imagen de Nuestra Señora tildandola de ídolo, por que sabe el diablo, que destruyendo a la Madre, está muy cerca de destruir a la Iglesia Católica que es la familia donde nacen y viven sus hijos e hijas nacidos del Bautismo.
El otro día vi en Face Book a un Pastor con un martillo romper una imagen de Yeso de la Virgen, como si con ese gesto quisiera destruir, en la mente y en el corazón de la gente la imagen de la Madre celestial que desde el Cielo ruega por sus hijos extraviados. Este hombre y muchos se van a llevar una gran sorpresa cuando mueran y conozcan la verdad. Pueda ser que no sea tarde para ellos, porque si son conscientes de lo que hacen es ya un sacrilegio, como el hecho de atacar templos y destrozar sagrarios.
Dios nos quiere mostrar en la Virgen un modelo de mujer a la que el diablo contrapone otro modelo que tal vez se imita insconcientemente sin saber que lleva a la autodestrucción. La liberación femenina es algo muy bueno, mientras las mujeres que defienden esta ideología no pierdan la dignidad femenina que Dios les ha conferido, de ser madres, esposas, (aparte de tener cualquier otro oficio o vocación) o simplemente mujeres que se respetan y se dan cuenta que tienen el mayor Don en la creación: albergar en su seno y dar a luz a los hijos e hijas de Dios.
J.R.Millán