En el Evangelio de San Juan en el cap. 3, Jesús responde a las dudas de un hombre llamado Nicodemo que veía que el Señor hacía muchos signos (milagros) que solamente podían provenir de Dios. Y en el versículo 12 Jesús le aclara:”Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿como creerán cuando les hable de las cosas del Cielo?”. Nadie ha subido al Cielo, sino El que descendió del Cielo, el Hijo del Hombre que está en el cielo.”
En la proximidad del fin de la existencia terrenal nuestra, o de alguien cercano, todos tenemos la misma pregunta rondando molesta en nuestra mente: ¿existirá el cielo?…y es ahí donde chocamos contra un muro infranqueable para nuestra capacidad de ver y comprobar que ese lugar paradisíaco donde van los bienaventurados existe más allá de nuestra muerte corporal.
Otros deciden ocuparse de cosas prácticas y no pensar en cosas que no podemos resolver, y aún existen personas que no creen absolutamente nada, según ellos dicen, hasta que les pasa como a Nicodemo, tienen una experiencia en su corazón que les dice “si, si, existe”.
Por eso solamente el Hijo del Hombre, Hijo de Dios, que bajó del cielo puede darnos mediante la fe la certeza de que lo que no podemos ver, ni oír, ni tocar existe. Dichosos, dice Jesús a Santo Tomás, los que creen sin haber visto, porque realmente, hay muchas personas a quien el Espíritu Santo les ha permitido ver y comprobar que no solo existe el cielo, sino que también existen millones y millones de seres celestiales, santos y ángeles que viven en él.
La Fe sufre crisis y pruebas cuando vemos el cuerpo exánime de aquel o aquella que hablaba, reía, lloraba…y ahora es solamente un cuerpo sin vida, sin aliento…nuestra fe tambalea, porque no podemos ver la esencia de ese cuerpo que yace en el féretro, y que llamamos alma, que viene de ánima, que es el mismo ser que ha sido separado de la carne por la muerte corporal, y que será revestido de un cuerpo glorioso en el día de la Resurrección universal.
Solamente El que ha bajado del Cielo, nuestro Señor Jesucristo nos puede dar por medio del Espíritu Santo el conocer una realidad invisible a nuestra alma velada por la carne.
Pero lo difícil de llegar al cielo, no es morirse, lo difícil es que no podemos ir por nosotros mismos, Es Jesucristo el camino para llegar allá…El es el camino, la verdad y la vida.
Cuántas almas habrán desperdiciado el tiempo terrenal en cosas vanas y superficiales y a la hora de la muerte se encuentran perdidos en un estado espiritual que les corresponde de acuerdo a como creyeron o vivieron. Por eso la Iglesia no se cansa de pedir por aquellos que han muerto.
Jesús murió y resucitó para nosotros, si El Vive nadie que crea en El muere definitivamente, ni para siempre, porque aunque no lo sienta ni experimente ya vive de vida eterna, porque Jesús que es Dios y hombre verdadero resucitó venciendo a la muerte, y la muerte ya no puede retener a los que El ha rescatado con su sangre, en el sacrificio de la cruz. Son suyos, El los ha “comprado” con su sangre, El ha pagado el precio de su libertad, y los ha convertido en hijos de Dios mediante el Espíritu Santo que se nos ha dado por medio de su Iglesia en el Bautismo y la Confirmación.
J.R. Millán