Vivimos nuestra vida en un mundo de circunstancias y de momentos, y rodeado de personas que nos motivan a pensar y a sentir de maneras determinadas. Y puedo estar feliz, desdichado, desgraciado, simplemente lleno de odio o de apasionado amor…parece como si fuéramos esclavos de las cosas que sentimos. ¿lo somos?:

  “No pude evitar la rabia y le grité”…”esta situación me tortura”…”estoy bajoneado che..”, Miles de frases nos indican de qué manera funciona nuestros estados de ánimo, y por consecuencia nuestra relación con Dios y con los demás.

  Hace mucho leí un libro muy interesante que se llama “tus zonas erróneas”, y una frase en particular me quedó grabada: “tu crees que son las cosas o la gente los que te hacen infeliz, pero no es correcto. Eres tú el responsable de tu desgracia porque son tus pensamientos respecto a las cosas y a la gente que hay en tu vida los que te hacen infeliz”.

  El choque en ese tiempo que lo leí fué brutal…me dije “lo que pasa que estos psicólogos se creen que uno tiene dominio sobre nuestros sentimientos”. ¿Pero si en realidad puedo tener dominio sobre mis estados de ánimo? (salvo que tenga una enfermedad psicológica…)

 Pero tratemos de echar un poco de luz sobre el tema. ¿De dónde provienen los sentimientos?…De dónde provienen mis estados de ánimo, el miedo, la apatía, la empatía…indudablemente que parecen provenir de mis pensamientos, pienso y luego siento, el sentimiento que brota espontáneamente creo que ya ha sido elaborado y programado como un reflejo para tal o cual situación o persona de juicios determinados sobre esa persona.

  Qué pasa si yo me hago cargo de mis pensamientos y descubro qué es lo que provocan en mi estado de ánimo. Que pasa si yo decido cómo pensar, y no como he aprendido.

  ¿Te has sentido ofendido?, ¿y si decido no sentirme ofendido?…¿Por qué el otro tiene poder sobre lo que pienso o siento?…No soy acaso dueño de ofenderme o no?

  “Esa persona hace que me sienta mal”…es esa persona ¿o lo que yo he elaborado en mi mente sobre esa persona?…

  Lo ideal sería que yo fuera dueño de lo que pienso o siento, y que no me deje arrastrar por un pensamiento nocivo, tóxico, que al único que le hace mal es a mi, y a las personas que me rodean.

  Cuando odio a alguien por lo que me ha hecho estoy uniéndome a ella en el mismo mal que me ha provocado. Quedo preso, asfixiado, en ese sentimiento que me arrastra hacia las tinieblas. Aquí el perdón sería el camino liberador, que me apartaría de ese sentimiento que me hunde en las tinieblas del mal. Porque el mal proviene del corazón, pero la puerta por donde entró fueron mis pensamientos.

  Somos seres con pasiones, que deben ser dominadas y guiadas por la inteligencia. Decido no odiar, decido ser amable, decido pensar bien, decido buscar sabiduría que me saque de la mediocridad.

  Sentimos lo que pensamos, pero si antes de pensar rezáramos, nos ayudaría mucho a nuestra voluntad para comenzar a desechar pensamientos nocivos que nos arrastran y consumen por dentro.

  Convertirse es eso, cambiar mi forma de pensar, y volver a repensar los sentimientos añejos que nos pudren el corazón, y limpiarlo para que el gran Maestro universal, el Espíritu Santo, que nos envió Ntro. Señor Jesucristo desde el Padre eterno, encuentre un discípulo preparado para aprender a vivir de una manera nueva.

J.R. Millán

 

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