Por Alejandro E. Salazar Peñaloza (*)
La muerte y el amor no están tan lejos como parece, a veces se presentan unidos desde la irracionalidad, el desamor y la locura.
La literatura está llena de historias, donde el amado o la amada no son correspondidos por miles de cuestiones: status, posición, edad, entre otras. El resultado de esos relatos es que la muerte es en algún punto una solución a un dolor que parece no ser soportado.
La juventud “divino tesoro” pareciera suavizar y romantizar el amor, que, como todo sentimiento, se construye desde diferencias. Esta historia que a continuación contaré entrecruza los oscuros umbrales del tiempo, quedando como marcas imborrables que tal vez puedan ayudarnos a comprender algo incomprensible.
La Argentina de finales del siglo XIX (1800) y principios del siglo XX (1900), presenta una fisonomía totalmente distinta a la actual. Sin embargo, las diferencias políticas tienen en general un poco de coincidencia con la actual.
La política pintaba y teñía el ambiente, los gobiernos conservadores lideraban desde las prácticas fraudulentas del voto, mientras que sus opositores: socialistas y anarquistas daban batallas en las calles.
En aquel contexto nos adentramos a los protagonistas; la familia Cambaceres. La misma constituía un alto status social, Eugenio era un hombre culto y dedicado a la política, pero un amorío con Emma Wizjiak, una soprano que estaba casada, lo obligaron a exiliarse de Buenos Aires por un tiempo, además de obligarlo a terminar las relaciones con el Partido Conservador al que pertenecía.
Tiempo después y luego de su retorno a Buenos Aires conocerá a una joven bailarina, Luisa Bacichi, con la que contrajo matrimonio, algo que no cayó muy bien a los ojos de la élite porteña. Más allá de eso, los días de ambos siguieron y de ese amor llegó el retoño: Rufina.
La historia comienza un poco más adelante en el tiempo, Eugenio muere al tiempo, y Luisa como Rufina siguen una vida acomodada y tranquila.
La joven, que había sido educada y de alguna forma mimada por su madre, como toda chica acomodada de su época idealizaba con un amor, de aquellos que retrataban esas lecturas de época. Es así aparece el tercero “en discordia”, su nombre Hipólito Yrigoyen, si bien lo que describo a continuación proviene de aquello que se conoce y se transmite de boca en boca.
La muchacha con apenas diecinueve años, se había enamorado de caudillo radical, que para aquel momento era un hombre de cincuenta años. Si bien los relatos no confirman que Yrigoyen había dado esperanzas a la joven, tampoco lo niega; lo que sí se sabe es que, Luisa, viuda de Cambaceres, tenía un romance de larga data, algo que era desconocido por la joven.
En uno de esos días, el futuro presidente de la Argentina, invitó a Rufina al Teatro Colón, seguramente sus ojos y corazón se llenaron de esperanza, sin siquiera imaginar lo que estaría por venir.
La historia cuenta que una amiga de la enamorada, llegó hasta su casa y le contó lo del romance de su madre con Yrigoyen. Luego de esto, la muchacha sube a su cuarto y desconsolada se desvanece totalmente, a tal punto que el médico la ve y decreta lo peor, muerte causada por un sincope; su corazón no lo soportó.
La familia y sus allegados entraron en un dolor terrible, la muerte de una joven tan bella y de gran futuro.
Pero aún no paso lo peor, la joven fue llevada al Panteón que tienen los Cambaceres en el cementerio de la Recoleta, lugar donde descansan los hombres más influyentes de la Argentina.
Aquella noche y luego del entierro el vigilante del cementerio que hacia sus rondas, escuchó ruidos y algún tipo de murmullos en las tumbas, rápidamente fue a ver temiendo que ladrones quisieran apoderarse de algo, pero no, fue aún peor, el ruido provenía del ataúd de Rufina; el vigilante salió de allí y llamó a la policía.
Al día siguiente, la familia y allegados llegaron, y se encontraron con lo impensado, el cajón estaba movido de lugar. Con ayuda del personal de cementerio sacaron la tapa, y el cuerpo de Rufina estaba de espalda, había arañazos en su cuerpo y en la tapa del cajón. La conclusión era clara y más dolorosa aún. La joven no había muerto, sino que pasaba por un episodio de catalepsia (estado donde la persona no presenta signo de vida visibles, pero está viva); seguramente cuando despertó se asustó al verse dentro de ataúd, intentó salir y no pudo, se quedó sin aire y murió.
a historia parece de un cuento, pero sucedió en verdad, en un momento donde el amor se idealiza, se mezcla con el poder y se encuentra con una realidad insoportable.
(*)Prof. Titular- Cátedra Antropología- Dpto. Historia- FFHA- UNSJ